jueves, 5 de febrero de 2015

Solo Europa

¿Europa? ¿Europa?... Pues el caso es que me suena... ¡Ah, sí!... Esa zona del planeta que lleva cerca de tres milenios intentando unirse y que solo el egoísmo de los gobernantes de sus respectivos feudos, y de la estupidez de sus ciudadanos lo han impedido.

Sí, creo que se trata de esa región del mundo en la que los habitantes de cada minúsculo espacio de terreno han llegado al convencimiento pleno y absoluto de que no existe ningún otro grupo humano al que le adornen las maravillas y virtudes que le son propias a ellos.

Si, sí, ya sé. Ese sitio con mucha menos superficie -todo él junto- que Rusia, China, Canadá, Australia o EE.UU. -cada una por separado-, surgidas casi de una sola vez y en toda su extensión milenios después de que las naciones europeas, y que, sin embargo, en cuestión de uno o dos siglos ya están a la cabeza del mundo.

Sí, sí. Esa esquina del Oeste de Asia, en vez de ir en la dirección que parece más lógica (unirse para ser más fuertes y más competitivos), busca absurdamente dividirse para ser más frágiles y despreciables, todas y cada una de sus naciones integrantes y las que pudieran surgir.

Sí, creo que es ese territorio cuya fragmentación -mayor, aún si cabe- están ilusionadamente esperando esas cinco grandes naciones citadas y otras de dimensiones similares que les van a la zaga.

Sí, sí. Me parece que es ese ámbito geográfico cuya desaparición supondrá, además, no solo la ruina de cada una de esa treintena larga de nacioncitas, sino la ruina ética y moral de la Humanidad entera, porque únicamente en ese rincón del planeta -y no en todo él- se respetan -y desde no hace demasiado tiempo- los derechos humanos y la aplicación de conceptos tan esenciales como libertad, igualdad, fraternidad, justicia y solidaridad.

Caciquismo extremeño

Ocurrió no hace muchos días en un pueblecito de la provincia de Cáceres. Un anciano de 82 años, infartado ya en dos ocasiones, acudió a su médico de cabecera. Llevaba varios meses con un catarro que no se le quitaba y últimamente escupía sangre.
Su médico, nada más auscultarle, le extendió un volante con carácter de urgencia para que acudiera al día siguiente al hospital de capital, con el fin de que le hicieran un radiografía de tórax.
Y le envió de forma urgente, a pesar de que el paciente tenía cita para hacerse en un plazo de dos semanas, como le recordó el hombre.
Así es que, al día siguiente,el anciano se trasladó a Cáceres capital desde el pueblo en el que reside, distante casi 50 kilómetros.
Ya en el hospital, cuando le llegó su turno, el paciente enseñó al radiólogo el volante firmado por su médico de cabecera para que le hicieran la citada placa.
El radiólogo, delante de otros pacientes que esperaban su turno en la sala, le dijo al hombre que su cita era para dentro de 15 días.
El hombre le contestó que sí le habían dado anteriormente cita para esa fecha, pero que después su médico de cabecera le había dado el día anterior una nueva cita con carácter de urgencia, tal y como, además, aparecía claramente en el volante que le mostraban las temblorosas manos del paciente. Añadió que por eso se había presentado ese día para hacerse la radiografía tras un viaje de casi 50 kilómetros.
El radiólogo, enfurecido sin que se sepa por qué y si atender ni al volante ni a razones tan obvias, le espetó al anciano a gritos y delante de todos los demás: "Pues ahora, por no venir cuando tienes que venir, te vas a quedar ahí sentado, esperando hasta que pasen todos los demás".
Y así tuvo que hacerlo el pobre hombre, tras una regañina a la que los demás pacientes asistieron estupefactos y sin dar crédito a lo que veían y oían.
Hora y pico más tarde, después deque pasaron más de una veintena de pacientes que llegaron después que él, el anciano fue al fin atendido por el aludido radiólogo.
De no haber ocurrido esto hacia finales de mayo de 2014, cualquiera que haya leído hasta aquí podría situar esta escena, como muy tarde, hacia principios del siglo XIX.
Pero ocurrió hace pocos días en esa dulce y maravillosa tierra extremeña, en la que, no obstante, sus habitantes no acaban de quitarse de encima esas alforjas tan cargadas de resignación que traen desde hace siglos.
Una resignación,una paciencia y un aguante que hacen posible la perpetuación de unos individuos que serían fulminantemente inhabilitados para ciertos cargos en cualquier otra región de España.

¡Que alguien me cure este esguince!

Hace ahora un año, en junio de 2013, sufrí un esguince en el tobillo derecho. Acudí al Hospital de Cruces, en Bizkaia. Me vendaron el pie y no me solucionaron nada. Me enviaron luego al traumatólogo de Osakidetza (la Sanidad vasca), en Getxo, que tampoco me solucionó nada después de medio año de tratamientos de todo tipo, que incluyeron la ingestión de medicamentos, infrarrojos en la zona afectada, paseos por la arena de la playa -según consejo médico-, ejercicios varios -incluso acrobáticos- con la pierna afectada y otros cuidados diversos.
A primeros de enero de 2014, la traumatóloga, viendo que persistía el mal y que no había mejoría ninguna, me extendió un volante para que me hicieran una resonancia en la zona afectada en el mencionado Hospital; al tiempo que me daba cita para acudir de nuevo a su consulta a mediados de mayo pasado, una vez que en cinco meses  -se suponía- ya me habrían hecho la resonancia y la podría haber visto ella y tomar así la decisión oportuna.
Llegó la fecha de mediados de mayo y aún no me habían llamado para que acudiera a hacerme dicha resonancia.
No obstante, a pesar deque no me habían hecho esa prueba y de que sin ella de poco serviría que acudiera a la cita con la traumatóloga, fui a la misma porque así estaba citado y porque esperaba que la doctora me diera alguna explicación de lo que había ocurrido y de qué debíamos hacer para continuar con el proceso de cura (?) de mi dolencia.
Pero cuando llegué a la consulta de la especialista el día y a la hora convenida, no solo no estaba la doctora, sino que su enfermera me aseguró, con cara de pocos amigos, que yo no tenía cita para ese día.
Finalmente, la enfermera acudíó a la zona de control o donde sea que organizan esas citas y, acto seguido, no le quedó más remedio que reconocerme que yo estaba en lo cierto.
Por supuesto, no hubo disculpas ni era de esperar viendo el perfil de la enfermera de marras.
Así es que, por resumirlo de alguna manera, al cabo de un año de que surgiera ese esguince, ni me lo han curado, ni me han hecho la resonancia que fue solicitada hace medio año y ni siquiera me había registrado la cita que ellos mismos me dieron en enero para acudir a la traumatóloga.
Por lo demás, un año después, sigo arrastrando por las calles -cada vez con mayor estilo, eso sí- el pie derecho, dando gracias a la Providencia por habernos dotado a los vascos -hace ya más de tres décadas- de una Sanidad pública propia, excelente, exclusiva y única que tanto reivindicaron nuestros próceres políticos en su momento para mayor provecho personal de todos ellos, que tanto nos quieren y se preocupan de nosotros.

El asiento es mío

Bilbao. 10.30 horas. Un autobús urbano va repleto de jóvenes (chicos y chicas) de entre unos 15 y 17 años y algún escaso adulto. Todos los asientos están ocupados. La inmensa mayoría por esos adolescentes con aspecto de estudiantes.
Sube al autobús una mujer joven con un bebé en brazos. Recorre con dificultad el abarrotado pasillo del vehículo y se acerca a algunos de los asientos que ocupan los jóvenes, con el ánimo, lógico, de que alguno le ceda el suyo.
Pero los muchachos van, casi todos, como enajenados jugando con sus móviles y ninguno se levanta para ofrecer su asiento a la mujer. Ni siquiera alguna de las chicas jóvenes que también van aposentadas.
Finalmente, la mujer, temiendo caerse con su hijo en brazos, decide sentarse en el escalón que da acceso a las tres últimas sillas del autobús, ocupadas también por otros tantos adolescentes.
Y así, aposentada en el suelo con su hijo en brazos, realiza la mujer el viaje de más de un cuarto de hora hasta el centro de Bilbao.
En Bilbao, precisamente, existe un viejo cementerio abandonado en cuya puerta de la entrada principal todavía se puede leer una escalofriante cita grabada que dice: "Al entrar aquí pierde toda esperanza".
La transposición es sumamente fácil: "Al ver esto, pierde toda esperanza".
Obviamente.

"Regalos" de Metro Bilbao

Soy panelista de Metro Bilbao desde su fundación hace 20 años. Desde entonces y desde esta empresa parainstitucional han recurrido a mi humilde persona en numerosas ocasiones para en base a sus cuestionarios conocer un poco mejor al personal que trasladan.
Fue una labor siempre grata y diligentemente acometida por mi parte sin esperar,obviamente, nada a cambio, solo por el mero placer de colaborar mínimamente con una empresa cuya existencia he considerado en todo momento necesaria.
Hace un par de semanas colaboré una vez más mediante una larga encuesta telefónica de Metro Bilbao en relación con lo que es su presente y lo que podría ser su futuro.
Hasta ahí todo correcto; pero, al terminar la encuesta, mi interlocutora me informó muy amablemente de que en unos días podría ir a recoger un "regalo" a una de las oficinas de atención al cliente de que dispone el metropolitano bilbaíno.
Llegado el día acudí a la oficina que me correspondía y cuál no sería mi sorpresa al ver el "regalo" que se me concedía: una gamuza extrafina de las que se utilizan para, por ejemplo, limpiar la pantalla del ordenador, el televisor, etcétera; y cuyo precio en cualquier tienda china suele rondar los 80 céntimos.
En resumen, un "detallazo" para cuya consecución tuve que perder media tarde, puesto que cualquiera de esas oficinas de atención al cliente no están precisamente al lado de casa en un área urbana que ronda el millón de personas.
Y digo yo, si durante 20 años hemos mantenido una perfecta y bien llevada relación ambos sin necesidad de "regalito" alguno, por qué lo han tenido que estropear ahora con algo que no hacía falta y que hizo que le salieran a uno los pocos colores que le quedan al ir a recoger el "premio".
Porque hubiera sido digno de que fotografiaran la cara que se me quedó al ver el "precioso regalo" que me ofrecían en medio de la gente que había en la oficina, incluido el personal que lo entregaba.
No hubiera sido mejor seguir manteniendo una relación plenamente desinteresada como durante dos décadas. Y, sobre todo, ¿a qué ese interés en hacer perder a uno media tarde para recoger una triste gamuza de 80 céntimos? ¿Es que cree esta gente que el tiempo de los demás no vale tanto como el suyo? Por lo demás, felicidades al departamento de márketing de Metro Bilbao por su acertada gestión y por perder, estúpidamente, a un fiel panelista.