jueves, 5 de febrero de 2015

El asiento es mío

Bilbao. 10.30 horas. Un autobús urbano va repleto de jóvenes (chicos y chicas) de entre unos 15 y 17 años y algún escaso adulto. Todos los asientos están ocupados. La inmensa mayoría por esos adolescentes con aspecto de estudiantes.
Sube al autobús una mujer joven con un bebé en brazos. Recorre con dificultad el abarrotado pasillo del vehículo y se acerca a algunos de los asientos que ocupan los jóvenes, con el ánimo, lógico, de que alguno le ceda el suyo.
Pero los muchachos van, casi todos, como enajenados jugando con sus móviles y ninguno se levanta para ofrecer su asiento a la mujer. Ni siquiera alguna de las chicas jóvenes que también van aposentadas.
Finalmente, la mujer, temiendo caerse con su hijo en brazos, decide sentarse en el escalón que da acceso a las tres últimas sillas del autobús, ocupadas también por otros tantos adolescentes.
Y así, aposentada en el suelo con su hijo en brazos, realiza la mujer el viaje de más de un cuarto de hora hasta el centro de Bilbao.
En Bilbao, precisamente, existe un viejo cementerio abandonado en cuya puerta de la entrada principal todavía se puede leer una escalofriante cita grabada que dice: "Al entrar aquí pierde toda esperanza".
La transposición es sumamente fácil: "Al ver esto, pierde toda esperanza".
Obviamente.

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